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 ¿Hay un Destino?

¿Quién no se ha preguntado alguna vez si hay acontecimientos y personas que nos están destinadas en la vida? La mayoría hemos experimentado en más de una ocasión un extraño sentido de predestinación al conocer a alguien, o hemos sentido una sensación de familiaridad al encontrarnos en un lugar o en una situación nueva. También, quizás hayamos observado que se producen llamativas sincronicidades vinculadas a vivencias, situaciones y personas. Y a causa de ello, probablemente nos hayamos preguntado si hay un destino, si todo está preparado por algún misterioso diseño mágico, o incluso quizás nos hayamos llegado a plantear si somos realmente libres para hacer variar el cauce de nuestras vidas. 

Quien ha tenido la oportunidad de conocer la astrología seria, ese tipo de astrología que va mucho más allá de unas cuantas descripciones simples de los signos del zodiaco, habrá podido comprobar que hay vivencias y acontecimientos que parecen estar destinados en la vida. En la carta astral de nacimiento, las posiciones planetarias proporcionan una descripción detallada, precisa y objetiva de las tendencias conscientes e inconscientes de una persona. Y a través de la carta astral anual, un estudio astrológico que se realiza periódicamente (habitualmente cada año), se puede comprobar que en los movimientos planetarios se ven reflejados los cambios y las vivencias significativas que se van sucediendo a lo largo de la vida. Ante este hecho, que es una realidad objetiva y comprobable para cualquiera que haya tenido la oportunidad de asomarse al universo astrológico, se puede entrever un diseño misterioso, que desde el nacimiento ya tiene "organizadas" muchas experiencias que se irán sucediendo a lo largo de la vida. Esto nos muestra la evidencia de que hay un destino operando en la vida de todos nosotros. Y a partir de esta realidad, cabe preguntarse si todo lo que nos ocurre forma parte de ese destino, cuales son sus mecanismos, qué finalidad tiene, y sobre todo, hasta qué punto somos libres para cambiarlo. Interesantes preguntas a las que trataremos de dar respuesta.

Últimamente estamos asistiendo a un paulatino despertar de la humanidad a realidades desconocidas para la mayoría de las personas. Dimensiones  paralelas de las que no nos han hablado en las escuelas, en las universidades, ni en las iglesias. Realidades de las que siempre se habló en las antiguas escuelas esotéricas, llamadas también escuelas de “misterios”, porque hablaban de muchas cosas no experimentadas ni comprobadas por una joven, inexperta e incrédula ciencia emergente desde hace tres siglos, y la cual, dicho sea de paso, aún anda en pañales. Una ciencia, que como el Santo Tomás de los evangelios, tiende a afirmar; si no se puede ver y palpar, es porque no existe. Pero últimamente, algunos científicos se han encontrado de manera “fortuita” con algo nuevo, algo que les ha brindado un novedoso camino de investigación. A pesar de cargar con rígidas programaciones mentales a nivel académico, estos científicos se han mostrado dispuestos a adentrarse por un camino de descubrimientos, cuanto menos sorprendentes.  Entre los más conocidos por sus obras literarias están: Raymond Moody, Brian Weiss y Michael Newton. Uno de ellos es psicólogo y los otros dos médicos psiquiatras con formación científica tradicional. A los tres les ocurrió algo similar; mientras ejercían en su consulta médica ordinaria, tratando a pacientes con problemas típicos de ansiedad, fobias, etc., se encontraron con acontecimientos totalmente imprevistos e inesperados; algunos de ellos comenzaron a describir cosas que desafiaban totalmente todo lo conocido y experimentado en sus actividades profesionales hasta ese momento. 

En estado mental denominado en el argot profesional, como estado alfa o de relajación profunda, les describieron con mucho detalle, “extrañas” experiencias y recuerdos intensos en los que se veían a sí mismos en épocas antiguas, a veces de muchos siglos atrás, viviendo situaciones diversas que de alguna u otra forma estaban relacionadas con sus vidas actuales. En muchas ocasiones reconociendo a personas, que en la actualidad son cercanas a ellos o con las que mantienen vínculos significativos en sus vidas actuales. 

Lo más sorprendente, que es la parte más significativa en relación al tema que nos ocupa del destino, es que muchos describieron su permanencia en lo que denominaron como el “espacio entre vidas”. Pudieron recordar y describir con mucho detalle su propia muerte en su última vida, y el lugar en que se adentraron después de haber dejado su cuerpo físico. Pudieron ver y sentir claramente cómo continuaba su existencia en un mundo paralelo. Un espacio de transición, en el que preparaban y organizaban cuidadosamente la siguiente existencia física para volver a nacer y seguir aprendiendo y evolucionando. Todos describieron experiencias muy similares; hablaron de un primer periodo de repaso y reflexión profunda sobre la última vida vivida, y de una fase posterior, en la que varios seres sabios y bondadosos -llamados guías espirituales- les ayudaban a comprender su estado evolutivo y les asistían en la preparación de una  nueva vida. Una vida con las condiciones más favorables y adecuadas para mejorar y crecer en valores espirituales y en sabiduría. Entre los objetivos para la nueva vida, con frecuencia tenían que resolver asuntos pendientes de vidas anteriores, y saldar “deudas” con personas con las que habían tenido conflictos que se quedaron sin resolver.

Según lo que experimentaron, todos coincidían en que allí se prepara cuidadosamente una nueva existencia, acordando reencuentros y organizando situaciones muy concretas que les sirviesen de estímulo para comprender y mejorar como seres humanos. Para ello, debían planificar encuentros, relaciones, enfermedades, separaciones, pérdidas, cambios de fortuna, giros inesperados en la vida, etc... Si confiamos en estos testimonios avalados por investigadores serios, y consideramos estas importantes revelaciones, podremos entrever claramente que hay muchas cosas en la vida que han sido preparadas previamente con una finalidad muy concreta; aprender, evolucionar y mejorar como seres humanos, para así poder llegar a una meta común: la felicidad y la autorrealización. 

Llegados a este punto, lo que cabe preguntarse es: ¿todo lo que vivimos forma parte de un plan? y ¿dicho plan nos condiciona hasta el punto de encajonarnos en un programa rígido que nos coarta la libertad? La respuesta es; NO. Y a través de un ejemplo sencillo, podremos comprender la inteligencia y efectividad con la que opera el “plan” predestinado antes del nacimiento.

Imaginemos por un momento que organizamos un viaje a un lugar desconocido, planificándolo con sumo detalle; reservamos el vuelo de ida y vuelta, un coche de alquiler con el que nos moveremos, preparamos también un circuito por lugares que visitaremos, haciendo reservas en los hoteles en los que nos alojaremos en las diferentes poblaciones o ciudades que deseamos conocer. Imaginemos, que además de visitar lugares nuevos, también queremos desarrollar nuestra destreza y agilidad para movernos por sitios desconocidos, por lo que organizamos el viaje quedándonos un día en cada ciudad. Además, si necesitamos desarrollar nuestra capacidad de adaptarnos a los cambios, dormiremos en hoteles de diferentes categorías. Y si además de todo ello, nos proponemos desarrollar la paciencia y la tolerancia, nos vamos de viaje con una persona con la que sabemos que pueden surgir conflictos, debido a que tiene ritmos y gustos diferentes a los nuestros en comidas y otras cosas. En un viaje de estas características, evidentemente hay muchas cosas que están preparadas; vuelos, coche, alojamiento, compañía; ese sería el destino. Y además, tenemos la posibilidad de aprender habilidades nuevas, crecer, y pulir nuestro carácter a través de las oportunidades y los desafíos que esas situaciones nos van a brindar. ¿Hasta dónde desarrollaremos la atención, la destreza, la adaptabilidad, la tolerancia, la paciencia..?, depende de nosotros, de lo que aprovechemos las oportunidades, de nuestro esfuerzo por estar atentos, de nuestro entusiasmo por aprender de los errores. Y lo que no logremos aprender y desarrollar, sencillamente lo dejaremos pendiente para el próximo viaje que con seguridad se planificará en otro momento.

Si hacemos el paralelismo simbólico entre este ejemplo y la evolución del alma a través de sucesivas vidas o reencarnaciones, veremos dos cosas muy claras. La  primera: en cada vida nos preparamos las condiciones idóneas para crecer y aprender. Y la segunda: el punto de crecimiento en el que nos quedamos al morir, lo retomamos en la siguiente encarnación, que siempre es cuidadosamente preparada en función de las necesidades que se tienen para la siguiente etapa del camino evolutivo.

Cuando estudiamos una carta astral natal, lo que el mapa planetario nos muestra es el diseño, el plan del alma para la nueva vida que comienza en ese preciso momento. Ahí están reflejadas las habilidades que ya se han desarrollado en “viajes” anteriores, y las cualidades que están pendientes de aprender y desarrollar en el viaje que acaba de empezar, y que conforman el nuevo plan o “mapa de ruta”. Y cuando analizamos una carta astral anual, a través de los movimientos planetarios que se van sucediendo año tras año, se pueden ver reflejados los momentos significativos e importantes en los que se producirán los cambios y surgirán las nuevas situaciones, previamente preparadas, como oportunidades disfrazadas para avanzar, aprender y crecer. Qué vamos a hacer con esas oportunidades, cómo las aprovecharemos, cómo vamos a manejar los cambios, los encuentros… eso depende de nosotros, de nuestro libre albedrío, de nuestra capacidad de reflexión, decisión y elección. El plan es, con mucha probabilidad, el más adecuado e incluso el más perfecto para cada uno de nosotros. Cómo aprovecharemos dicho plan, depende exclusivamente de nuestra dedicación y compromiso con el trabajo a realizar.

Entre las cosas más importantes que el alma se prepara, está el acuerdo con los dos seres humanos que se unirán para traerla al mundo físico, y pueda nacer a una nueva existencia; sus padres. Ellos representarán y reflejarán el grado de crecimiento y evolución en el que se encuentra el alma al nacer, ellos le proporcionarán las bases y las condiciones idóneas para que pueda crecer y madurar. Por lo que es fácil deducir que no están elegidos al azar ni mucho menos. Independientemente de como sean, con sus cualidades y sus deficiencias, siempre son los padres perfectos para cada uno, siempre. Ellos nos proporcionan las bases de lo que con el tiempo será la personalidad adulta. Llegados a este punto, es lógico que, las personas que han vivido experiencias traumáticas y dolorosas en la infancia con sus padres, pongan en tela de juicio, e incluso rechacen lo que se está afirmando. Pero es así, aquí no hay cabida para el error, los padres no son producto del azar, ni mucho menos un castigo que el alma se inflige a sí misma cuando estos tienen graves deficiencias como educadores. Los padres son nuestros primeros grandes maestros; a través de sus aciertos y sus equivocaciones - habitualmente sin ser conscientes de ello- nos enseñan las primeras y más importantes lecciones. Nos muestran "los frutos que debemos cultivar y las malas hierbas que debemos arrancar". El encuentro, el acuerdo, se produce por afinidades psicológicas, y supone una ayuda mútua para el crecimiento de las almas implicadas. Por lo que entre otras cosas, nos muestran con detalle aquellos aspectos de nuestra personalidad que hemos venido a cultivar, a corregir o a transformar. No hay más, es así de sencillo y de complejo al mismo tiempo. Recordemos que la hoja de ruta está perfectamente conformada y organizada, que los personajes más importantes tienen algo esencial que mostrarnos o enseñarnos. Es cierto que a veces el aprendizaje es doloroso, pero también es cierto -y si somos sinceros con nosotros mismos lo veremos claramente- que muchas veces no nos movemos, ni reaccionamos, hasta que no sentimos dolor. En la vida hay dos vías para el crecimiento; el dolor y la comprensión. Y muchas veces, sobre todo cuando el alma es más joven e inexperta, suele ser necesario el dolor para empujarla hacia la búsqueda de la comprensión que la ayudará a crecer. Cuando juzgamos a nuestros padres, nos estamos considerando superiores a ellos. Y si esto ocurre, tenemos un gran trabajo que hacer si queremos avanzar. En qué consiste el trabajo, queda para la reflexión de cada uno…

Uno de los grandes sabios del pasado lo dijo muy claro; no hay un solo pelo de nuestra cabeza que se nos caiga y que pase desapercibido a la gran Inteligencia Divina Creadora. En esta enseñanza que parece tan simple y tan misteriosa, hay un contenido inconmensurable.


El camino de la Felicidad y la Salud


Si hay algo en lo que nos parecemos todos los seres humanos, y que compartimos, indudablemente es la búsqueda de la felicidad. Aunque cada uno la busque a su manera y según sus capacidades, su entendimiento y sus valores. Los hay que la buscan a través de logros materiales, otros a través del amor de pareja, otros a través de los logros intelectuales, y otros a través de la religión y la espiritualidad.

La vida del ser humano en la tierra tiene como objetivo esencial el aprendizaje y la evolución de la conciencia, lo cual está unido a la necesidad de conocernos a nosotros mismos progresivamente, de forma cada vez más profunda y consciente. Tal y como hemos dicho, todos sin excepción, e independientemente de nuestra cultura, educación, mentalidad y creencias, buscamos la felicidad en nuestras vidas. Y esa felicidad, se va instalando en nosotros en la medida que aprendemos a enfrentar todo lo que nos ocurre con comprensión y sabiduría.

Lo primero que necesitamos plantearnos para empezar a desarrollar la capacidad de ser felices, es comprender por qué no somos felices. Si nos preguntamos esto, todos, tarde o temprano, llegaremos a la misma conclusión: lo que nos impide sentirnos felices es el sufrimiento, en mayor o menor grado. Ya sea en su manifestación más sutil, a través de la apatía, o en su manifestación más grave, como es la depresión y la desesperación. Si seguimos tirando del hilo, lo que cabe preguntarse a continuación es ¿por qué sufrimos?, ¿cuales son los mecanismos internos que nos hacen sufrir?, ¿qué es lo que nos impide encajar con soltura todo lo que nos pasa, lo que nos toca vivir, y lo que experimentamos en las situaciones cotidianas de la vida?. Y la respuesta es; el ego en todas sus manifestaciones.

Para transformar el sufrimiento, y por lo tanto poder ser felices, necesitamos comprender bien lo que es el ego. Para ello, es importante definirlo claramente; el ego es la totalidad de actitudes equivocadas de la personalidad que nos generan tensiones mentales y emocionales. Dichas actitudes equivocadas, tienen muchas y variadas expresiones y características, y a las cuales necesitamos poner nombres concretos si queremos detectarlas en nuestro interior, para que puedan ser transformadas. La ambición, el orgullo, la codicia, la envidia, la impaciencia, la critica negativa, la terquedad, la posesividad, los celos, el resentimiento, el miedo, la inseguridad, etc, etc, son las diversas actitudes del ego que nos hacen sufrir. Muchas personas quizás puedan pensar que “uno tiene que tener su orgullo”, o que “hay que ser ambicioso en la vida”, pero quizás es porque no se han dado cuenta que alimentar esos sentimientos, también implica alimentar la tensión psicológica con mayor o menor intensidad El orgullo necesita destacar y sufre ante el rechazo y la falta de aprobación, y la ambición tiene sus bases en el descontento y en la no valoración de todo lo que tenemos. Tener inquietudes e ilusión por progresar es sano, siempre que lo hagamos con serenidad y con motivación de ser creativos y dar lo mejor de nosotros mismos en todo aquello que hacemos. Lo cual es muy diferente a ser ambicioso.

El siguiente paso consiste en reconocer al ego cuando se manifiesta en nuestra mente, en nuestras emociones y en nuestros actos. Y la parte de nosotros que se encarga de realizar esa labor de atención y observación interior es nuestra Conciencia. La Conciencia no es un juez represor ni culpabilizador, es una parte de nosotros que mira serenamente hacia dentro, con la única finalidad de detectar a tiempo y comprender las actitudes internas que nos impiden vivir en armonía. Esta es la base del cambio interior que nos conduce hacia la felicidad, que progresivamente se va logrando en la medida que desarrollamos la comprensión que resulta de observarnos cotidianamente, en todos los momentos y situaciones de la vida. Esta atención crece con el tiempo; es como crear un vigía interno que se perfecciona en el arte de observar las sutilezas, las trampas y los auto-engaños del ego en todas sus manifestaciones. Recordemos las palabras de Jesucristo, cuando dijo aquello de “si queréis paz verdadera, necesitáis aprender a vivir como vigías en época de guerra, siempre alertas para que no os sorprenda el enemigo (interior)”.

La vida es un escenario perfecto para crecer y evolucionar, y las relaciones nos brindan constantes oportunidades para ello, por estar presentes en todas las áreas y experiencias de la vida. Nos relacionamos con los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, la pareja, los padres, los hijos, etc. etc. Por ello, las relaciones requieren de una atención especial, en el sentido de que a través de ellas, sobre todo cuando se complican, tenemos grandes oportunidades de conocernos a nosotros mismos. Para comprender los mecanismos internos que se activan en las relaciones, necesitamos observar uno muy característico del ego, el cual es tan básico como frecuente y repetitivo; se trata de la proyección inconsciente.

Lo que conocemos de nosotros mismos es nuestra parte consciente, y todo aquello que desconocemos pertenece a nuestro lado inconsciente. Las actitudes inconscientes tienen dos características básicas a tener en cuenta, para que puedan ser detectadas y observadas. La primera es: todo aquello que es inconsciente en nosotros tiene mucha fuerza e influencia en nuestras actitudes, comportamientos y reacciones. Y la segunda es que: proyectamos fuera todo aquello que está oculto dentro, lo cual quiere decir, que atraemos a nuestra vida de forma recurrente a personas y circunstancias que vienen a reflejarnos como en un espejo, todo aquello que no vemos en nosotros mismos, o que nos negamos a reconocer como propio.

Para poder comprender esto con más claridad, pondremos varios ejemplos sencillos. Si una persona es ambiciosa y no reconoce que lo es, atraerá constantemente a su vida a personas que intentarán competir con ella a través de luchas de poder, generándose muchas situaciones desagradables de críticas y traiciones. Si alguien es agresivo y tiene tendencia a imponer sus criterios, constantemente atraerá a su vida a personas que se le enfrentarán y se le mostrarán hostiles y desafiantes. Si una persona se niega a reconocer que es fría en sus relaciones afectivas, tenderá a ver a los demás como distantes y reservados. Si alguien no es consciente de que necesita controlar la cantidad de afecto y atención que recibe de los demás, tenderá a atraer a su vida a personas celosas y posesivas. En todos estos ejemplos se repite el mismo patrón; siempre nos encontramos fuera algo que también está dentro. Por ello, lo que está fuera, lo podemos convertir en la oportunidad perfecta que necesitamos para reconocer, observar y comprender lo que está oculto dentro de nosotros.  La actitud contraria, o sea huir y evitar a las personas que hacen de espejo, no sirve de nada, pues otras personas distintas volverán a traernos situaciones similares, hasta que no encaremos el verdadero problema. El espejo puede variar de forma, color y de matiz, pero la imagen que veremos será siempre las misma: nosotros mismos.



Los demás, con sus actitudes que no nos gustan o que rechazamos, lo que nos están mostrando es un espejo en el que podemos ver reflejadas esas partes de nuestro ego que nos negamos a reconocer como propias también. Aunque nos resulte difícil admitir que tenemos eso mismo que tanto nos disgusta en el otro, es la única forma posible de poder hacer cambios en nuestra vida y en nuestro estado de ánimo. Y recordemos; no se trata de juzgarnos, ni culparnos, ni sentirnos feos por tener esas características, solamente necesitamos reconocer lo que está inconsciente dentro de nosotros, para dejar de conducirnos con la ceguera del que tropieza una y otra vez con la misma piedra. A partir de ese auto-reconocimiento sereno, se pone en marcha el mecanismo del cambio, que se va produciendo poco a poco, en cada uno a su ritmo. Lo que nunca se puede cambiar, es lo que no se ve, porque para nosotros no existe, pero una vez que lo detectamos, es una cuestión de tiempo el poder llegar a transformarlo.

Otra de las vías de expresión del ego inconsciente es el cuerpo, el cual se expresa como un espejo a través de los síntomas que a veces lo aquejan. Si partimos de la base de que nuestras emociones y pensamientos forman una unidad con nuestro cuerpo físico, podremos deducir fácilmente que cualquier tensión, en mayor o menor medida, afectará al equilibrio del funcionamiento normal de nuestro organismo. Si ponemos algunos ejemplos sencillos, podremos entender esta interrelación: Cuando tenemos que enfrentar una situación que nos genera miedo o ansiedad, solemos sentir una presión más o menos intensa en la boca del estómago. Por ejemplo, antes de hacer un examen, una entrevista de trabajo, o una situación que preferiríamos evitar, como tener que decir algo a alguien que sabemos no le va a gustar. Eso ocurre, porque en esa zona de nuestro cuerpo tenemos un plexo energético que genera la fuerza, la autoconfianza y la seguridad en nosotros mismos. El malestar y la presión son indicadores de miedo e inseguridad, algo que experimentado de forma pasajera y puntual no suele dejar secuelas en el cuerpo, pero si persiste y se convierte en un patrón de reacción ante muchas y diversas situaciones de la vida, puede llegar a generar problemas en las zonas del cuerpo vinculadas a ese plexo energético, como son; estómago, bazo, páncreas, hígado y riñones. Por lo tanto, el miedo a poner límites y la falta de confianza y autoestima, enferman el estómago. El miedo y la inseguridad material en relación al futuro, suele debilitar el bazo. La tristeza profunda resultante de los sentimientos de inadecuación, puede llegar a enfermar el hígado. La rabia contenida por reprimir la expresión de nuestro malestar ante las cosas que no nos gustan, afecta a la vesícula. El resentimiento que resulta de la incapacidad para poner límites a la sobrecarga de responsabilidades, puede llegar a enfermar el páncreas. Y las tensiones que resultan de las dudas y los miedos vinculados a las relaciones íntimas y la sexualidad, afectan a los riñones.

Estos son algunos ejemplos ilustrativos de una realidad, que a la mayoría no se nos ha enseñado a tener en cuenta. Y es, que el cuerpo es un baremo fiel de todo lo que se mueve en nosotros a nivel emocional, mental y espiritual. Observando sus síntomas y sus desequilibrios, cuando estos se producen, podremos encontrar las claves sobre las actitudes internas que necesitan ser observadas y reconocidas, para que puedan ser transformadas.

A grandes rasgos y a nivel general, podremos indagar en el trasfondo y el significado de las dolencias y las enfermedades con algunas indicaciones básicas: los problemas relacionados con los líquidos del cuerpo (sangre, linfa, mucosidad), están relacionados con afecciones emocionales. Los problemas y dolores musculares tienen su origen en las tensiones mentales. Mientras que los problemas óseos, tienen su origen en tensiones y miedos relacionados con nuestra parte espiritual más profunda. También podemos intuir el trasfondo de una enfermedad o dolencia, observando el simbolismo de los síntomas según las zonas del cuerpo; todo desequilibrio que se manifiesta en la zona de la cabeza, cuello y brazos, hace referencia a tensiones en la forma de percibir el mundo, de pensar, y de cómo expresamos todo lo que percibimos y pensamos. Los problemas relacionados con la parte central del corazón y el vientre, nos animan a reflexionar en las tensiones emocionales relacionadas  sobre cómo nos sentimos con nosotros mismos, y cómo digerimos las situaciones y experiencias que nos trae la vida. Lo que nos indican los problemas y tensiones en la parte inferior del cuerpo; las caderas, las piernas y los pies, nos señalan nuestra manera de actuar y de materializar nuestras intenciones en el mundo. Las dolencias en piernas y pies son indicadoras de tensiones en la forma de conducirnos y desplazarnos por la vida, mientras que las rodillas nos informan del grado de rigidez o de flexibilidad.

Otro espejo en el que podemos vernos reflejados, es el que se  manifiesta a través de los acontecimientos de la vida. A todos nos ha tocado vivir en más de una ocasión, situaciones que nos disgustan o que nos hacen sufrir en mayor o menor medida. Dichas situaciones vienen también a reflejarnos algo de nosotros que estamos eludiendo y que requiere de una revisión y toma de conciencia. Pongamos algunos ejemplos para ilustrarlo: Un accidente puede ser una situación que nos ocurre para que tomemos conciencia de una parte de nosotros que sin darnos cuenta va “desenfrenada” por la vida. Un despido laboral puede reflejar el descontento o la falta de implicación con lo que hacemos, lo cual, probablemente nos resistamos a enfrentar y resolver por temor a perder la seguridad y la estabilidad material. Las pérdidas materiales pueden ser un reflejo de exceso de apego y necesidad de soltar cosas para ir más “ligeros” por la vida. Los robos nos suelen dar indicios de aquello que estorba o impide nuestro crecimiento interior. Toda situación que no esperamos y nos resulta desagradable, siempre es una señal, un guiño que la vida nos hace para que miremos algo que nos resistimos a ver.

Así que, ante una situación o acontecimiento desagradable, podemos adoptar la misma actitud que ante una relación que se complica o que nos hace sufrir; descubrir el espejo, es decir, mirar lo que en nosotros se parece a la naturaleza de esa persona o de ese acontecimiento, y aceptarlo con perdón y compasión hacia nosotros mismos. Dejar que florezca en nosotros la actitud de aceptación plena; soy así, esto me pertenece y doy gracias a la vida y a esta persona por mostrármelo. Y de esta forma, a través del reconocimiento interno y la aceptación de nuestras debilidades y miedos, es como empezamos a sembrar nuevas semillas de valor, fuerza y confianza, que con el tiempo germinarán, crecerán, florecerán y nos darán sus frutos; los frutos de la felicidad, la salud y el bienestar que tanto anhelamos y por los que vivimos en este mundo.




El otro rostro de Jesús

Actualmente estamos viviendo tiempos de cambio, nos estamos abriendo a nuevas formas de comprendernos a nosotros mismos y a la vida, lo cual implica también atrevernos a mirar hacia el pasado y a la historia con mentes más abiertas. Los más despiertos, saben que la opinión pública se suele manipular en función de los intereses particulares de poderosos, que manejan principalmente los hilos de la política y los medios de comunicación. Esto se hizo en el pasado y se seguirá haciendo mientras que los seres humanos tengamos dos características que forman parte de nuestra psicología; la codicia y el afán de poder, ambas sustentadas por el miedo y la falta de fe en la vida. Por todo ello, merece la pena considerar una visión alternativa sobre la figura del Jesús histórico y su mensaje. Es innegable que sus palabras y su persona han dejado una huella muy profunda en nuestra sociedad y en nuestra cultura. En la época en la que Él vivió, no dejó a nadie indiferente, tanto a sus más fieles seguidores como a sus perseguidores. Sus palabras fueron, y siguen siendo, poderosos revulsivos para la conciencia en crecimiento y evolución del ser humano. Por ello fue sacrificado por los poderes políticos y religiosos de su época, que rechazaban cualquier influencia que pudiese hacer peligrar sus estructuras de poder.

Después de que Jesús dejara su cuerpo, su imagen y sus palabras han sido manipuladas y deformadas en diferentes ocasiones, por las instituciones y jerarquías eclesiásticas que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos. Creando mitos y falsas ideas sobre su figura, para adaptarla a los intereses de poder imperantes en cada época. Jesús nació en el seno de un grupo de hombres sencillos; llamados los esenios. Era una comunidad que se dedicaba a labores del campo y a la sanación principalmente. Una labor que desempeñaban como servicio a todos aquellos que los necesitaban y requerían de ellos. Conocían las virtudes de los elementos naturales y la realidad energética del ser humano, por lo que manejaban efectivos métodos de sanación, a través de los que servían a la sociedad de su época. Él fue educado e instruido en un templo esenio dedicado al cuidado y la enseñanza de los hijos de la comunidad. Allí fue instruido y preparado cuidadosamente por los sabios de su pueblo, para desempeñar la compleja labor que le fue encomendada, y a la que Él se entregó por Amor: servir de canal de expresión de la Energía Divina, tal y como lo hicieron otros hombres iluminados antes que él; Budha y Krishna por ejemplo.

Nos podemos preguntar ¿de donde y por qué vienen almas avanzadas como Jesús a nuestro mundo? Para obtener una posible respuesta, consideremos que el universo es inmenso, por lo que sería poco inteligente pensar que somos los únicos seres vivos que lo habitan. Hay muchas civilizaciones y humanidades que viven en otros planetas de nuestro sistema solar y de otros sistemas. Son sociedades y civilizaciones que tienen diversos niveles de evolución y de conciencia dentro de la escala evolutiva hacia la Perfección. En dicha escala, nuestra humanidad está en un nivel bastante primario (prueba evidente de ello es que todavía abusamos los unos de los otros, e incluso nos matamos). Por ello, necesitamos ser ayudados, asistidos y estimulados periódicamente en nuestro crecimiento, y para ello, encarnan en nuestro mundo seres con un alto grado de conciencia. Ellos vienen a transmitirnos conocimientos y enseñanzas que nos puedan ayudar a comprendernos a nosotros mismos y a la vida, y podamos reconectarnos con nuestra esencia espiritual. Para comprender esto, solo tenemos que hacer un paralelismo sencillo, observando cómo nos ayudamos los unos a los otros en nuestro mundo; los mayores educamos a los menores para ayudarles en su crecimiento y su desarrollo mental y emocional. Igualmente, las sociedades más avanzadas de otros planetas nos ayudan a nosotros, como si de hermanos mayores se tratase. En el plano de la Conciencia Superior, de la Divinidad, aunque vivamos en planetas distantes, todos estamos conectados por lazos de hermandad, todos somos parte de la misma creación, y por lo tanto hijos de la misma Inteligencia Creadora.

Esta visión cósmica de la vida y la realidad, puede resultar difícil de aceptar para nuestra mentalidad materialista y limitada, pero si pensamos que hace sólo un siglo, la televisión y la telefonía móvil eran pura fantasía, probablemente dentro de un tiempo estaremos familiarizados con cosas que actualmente nos pueden parecer pura ciencia ficción. Adentrándonos en nuestra historia, nos encontraremos con muchos ejemplos de los cambios de mentalidad, según las diferentes épocas por las que ha pasado la humanidad. Uno especialmente significativo es el de Giordano Bruno, que fue quemado por hereje a manos de la “santa” inquisición en el año 1600. Su “herejía” fue afirmar y hablar en sus escritos y conferencias sobre la pluralidad de los mundos y sistemas solares, sobre el heliocentrismo y el movimiento de los astros, y sobre la infinitud del espacio y el universo.

Jesús, por lo tanto, es un Hermano Mayor de conciencia muy avanzada y evolucionada, que por Amor encarnó para ayudarnos en nuestro crecimiento. Digo “es”, porque aunque dejó su cuerpo hace 2000 años, su espíritu sigue vivo y presente, siempre comprometido en el avance de nuestra humanidad. Como cualquier buen hermano mayor, que vigila y ayuda a sus hermanos pequeños hasta que los ve crecidos, maduros y autoresponsables. La única diferencia entre él y nosotros, es que Él lleva mucho más camino recorrido en el largo proceso de la escala evolutiva hacia la Conciencia Divina, por lo que lógicamente tiene a sus espaldas más experiencias, más conocimiento y más sabiduría. Por ello decía a menudo a todos aquellos que lo escuchaban y que se maravillaban por sus acciones milagrosas, que cualquiera de nosotros podría hacer esas mismas maravillas, “si sólo tuviésemos fe como un grano de mostaza”. Y la fe, esa fe que es capaz de crear de la nada y manejar la energía capaz de sanar, es algo que se desarrolla como parte del  proceso de evolución de la conciencia.

Todo lo que sucede en la vida de un planeta a lo largo de los tiempos, queda grabado en una banda de energía que lo rodea, es parte del aura que todo planeta y todo ser vivo tiene. Ahí quedan, y se pueden encontrar registrados, todos los acontecimientos, actos, pensamientos y palabras que han sido generados a lo largo de su historia. Desde que surgiera como ser vivo en la Creación. Esos registros se suelen denominar “registros akáshicos” o “anales akásicos”. Hay personas, que por su grado de evolución, de respeto y de conciencia despierta, han desarrollado la capacidad de acceder a dichos registros para extraer información sobre determinadas épocas y acontecimientos. Y en esos registros está la información, que sobre Jesucristo vamos a conocer a continuación.

El Jesús histórico fue un ser humano mucho más cercano, espontáneo, alegre y natural de lo que las instituciones religiosas han pretendido hacernos creer. Tenía su familia y sus hermanos. También tuvo su pareja; Miriam de Magdala (conocida históricamente como María Magdalena), la cual no fue prostituta. Fue una mujer libre y muy avanzada, que enfrentándose a los condicionamientos y la mentalidad de su época, se atrevió a separarse de un esposo que no la respetaba, iniciando a partir de ese momento una vida independiente. Lo cual, para su sociedad, suponía un acto de rebeldía muy mal entendido, criticado y rechazado. Por ello, su figura ha quedado deformada con el transcurrir del tiempo.

La misión y el compromiso de Jesús con la humanidad, se puede englobar en dos grandes actos trascendentes de ayuda, muy importantes y decisivos para la evolución de los seres humanos en la Tierra. El primero de ellos y más conocido, es el de la enseñanza. Con sus palabras y sus acciones milagrosas, estimuló y removió las conciencias de todos aquellos que le seguían o se le acercaban para escucharle. Palabras, que quedaron como legado para la posteridad, como estímulos para la reflexión, el autoconocimiento y el cambio. Según sus propias palabras, su enseñanza se puede englobar en dos conceptos; “Amar a Dios por encima de todas las cosas” y “Amar al prójimo como a uno mismo”. Teniendo en cuenta que Él vino a transmitirnos un conocimiento que nos ayudase a evolucionar y liberarnos del sufrimiento, vamos a reflexionar en el significado de estas palabras, pues tienen un contenido muy profundo y práctico al mismo tiempo. Si tenemos en cuenta que somos creaciones divinas, y que Dios, en esencia, es el estado supremo y absoluto del Amor, Amar a Dios por encima de todas las cosas implica tener presente en todo momento lo más noble de nosotros mismos. Si consideramos en todas las situaciones de la vida lo esencial, que es amar para poder ser felices, tendríamos la fuerza suficiente para no dejarnos llevar por todo aquello que nos hace sufrir; el odio, la ira, el apego, el miedo, etc.

El segundo concepto; “Amar al prójimo como a uno mismo” es una idea revolucionaria y tremendamente práctica si queremos ser felices en nuestras relaciones. En nuestra vida diaria nos estamos relacionando constantemente, con la familia, la pareja, los compañeros de trabajo, los amigos, etc. es lógico pensar que a través de las relaciones se nos presentan constantes oportunidades para conocernos a nosotros mismos, crecer y evolucionar. Si desarrollamos la capacidad de considerar a los demás igual que a nosotros mismos, seríamos incapaces de mentir, engañar, dominar, agredir, odiar, etc. pues a nadie nos gusta que nos hagan esas cosas, tanto por parte de las personas conocidas, como las desconocidas. Si en todo momento, estamos conscientes para tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros, nuestras relaciones mejorarían hasta el punto de ser felices con todos los que nos rodean y en todas las situaciones de la vida. Y de esta forma, avanzaríamos enormemente y nuestra conciencia se abriría a niveles de bienestar y plenitud inmensos. Lo cual es la esencia de todas las enseñanzas de los grandes maestros y sabios que han venido a nuestro mundo en diferentes épocas y culturas del pasado. Todos vinieron a transmitirnos el mismo mensaje; Orfeo en la antigua Grecia, Zoroastro en Persia, Akhenatón en Agipto, Budha en el Nepal, Krishna en la India… independientemente de la forma de expresarlo, que siempre ha sido la más adecuado para las costumbres de la época y la cultura del momento.

En el proceso de la crucifixión de Jesús, ocurrieron dos cosas que no han sido bien entendidas por la tradición. También es cierto que su conocimiento fue accesible solamente a las personas más allegadas y afines a su misión. Una de ellas es que no murió en la cruz para después resucitar. Jesús quedó en estado de coma, debido a una incisión precisa que se le practicó en el costado para que derramara todo el líquido pleural. Acto que fue realizado por un soldado romano vinculado a la doctrina de Jesús, con el objetivo de que sus constantes vitales quedasen suspendidas al mínimo. Hasta el punto de aparentar estar muerto, pues para la opinión pública era necesario que se creyese así. Fue bajado de la cruz y trasladado a la cueva que le estaba destinada como tumba, por personas implicadas con lo que realmente estaba ocurriendo. Allí fue asistido y ayudado en su recuperación, hasta que a los tres días pudo ser trasladado al templo esenio en el que fuera educado e instruido en su niñez. A partir de ese momento quedó retirado de la vida pública hasta el final de sus días. Su actividad siguió presente y activa desde los planos sutiles, o sea desde la intimidad.

Otra cosa muy importante que ocurrió durante la crucifixión de Jesús, tiene que ver con la segunda acción trascendente que vino a realizar a este mundo. Una acción que ha sido interpretada por la tradición cristiana como el sacrificio de su vida por el “perdón de nuestros pecados”. Lo cual requiere una explicación que nos ayude a comprender la esencia y el verdadero significado de estas palabras: durante la crucifixión de Jesús, este realizó un poderoso acto de transmutación, con el que limpió un pesado egregor que estaba dificultando la evolución de la humanidad (un egregor es una masa de energía que se genera por la acumulación de pensamientos y emociones negativas). En el momento histórico que vivió Jesús, la tierra tenía un oscuro y denso egregor negativo que dificultaba enormemente que prosperasen los intentos de evolución y liberación de los seres humanos en este planeta. Había una gran pesadez, debido a la acumulación de escorias energéticas generadas por las razas que habían poblado la tierra a lo largo de su historia. Los Hermanos Mayores sabían esto, por lo que Jesús vino, entre otras cosas, a realizar aquel gran y poderoso acto de Amor hacia nuestra humanidad, mientras esta lo clavaba en una cruz. Con esto podemos entrever la inmensidad y la grandeza de su Amor. Esto es lo que ha sido entendido e interpretado por la tradición católica, como “un acto de sacrificio para el perdón de nuestros pecados”.

Algo que, evidentemente, no está correctamente interpretado, si entendemos un pecado como un acto equivocado que tiene consecuencias negativas para otras personas y/o para nosotros mismos. Una equivocación no requiere ser perdonada, pues nadie tiene por qué juzgar nada, y menos la Inteligencia Divina. Jesús dejó esto muy claro cuando dijo que antes de juzgar a otra persona (mirar la paja en el ojo ajeno), lo mejor que podemos hacer es mirarnos a nosotros mismos (la viga en nuestro propio ojo). Las consecuencias de nuestras equivocaciones son nuestras mejores enseñanzas, pues tarde o temprano nos vienen de vuelta, para que aprendamos de ellas y alcancemos con ello una mayor comprensión de nosotros mismos y de la vida. Y a partir de ahí, haciendo el cambio necesario de actitud y de conducta, es como esos errores (pecados) quedan redimidos o transformados. No tiene sentido que nadie superior en conciencia a nosotros, nos perdone nada. El sentido de los errores, es aprender de lo que estos desencadenan en nuestras vidas. Entendido desde esta perspectiva, también suponen una oportunidad para el crecimiento, el aprendizaje y la maduración.

Otro concepto muy importante que Jesús nos legó, es que Dios (sinónimo de Amor y Felicidad), está potencialmente dentro de todos nosotros, solamente tenemos que cultivar los momentos de interiorización para acceder a Ello. No son necesarios intermediarios, ni ritos, ni grandes construcciones conmemorativas. Nosotros mismos somos un templo viviente, siempre dispuesto a desplegar su paz en cualquier momento de nuestras vidas; cuando caminamos en la naturaleza, cuando viajamos, cuando cocinamos, cuando nos duchamos, cuando trabajamos, cuando hacemos el amor, etc, etc. El bienestar, la paz y la felicidad están siempre ahí, a nuestra disposición, receptivos a nuestra mirada. Solamente tenemos que tener presente lo esencial, recordarnos…